martes, 2 de febrero de 2016

Cocodrilo Dundee

foto original: aquí

Madrid. Julio 2012

Que me saliera un trabajillo para hacer las fotografías de una boda, ¡me entusiasmó!. Los tíos de mi cuñada se casaban y era una oportunidad estupenda para ganar algo de dinero, y pasar por la experiencia con gente conocida antes de enfrentarme a una boda desde cero, lo que me imaginaba muy estresante... ¡JA!

- ¡¡¡Te pondrás guapa ¿no?!!! ¡que son familia de tu hermano!- Mi madre. Confiando en mí desde los albores.
- Mamá, no soy la novia. Soy la fotógrafa, iré arreglada, pero no despampanante.
- Si, si, pero tu ponte muy guapa.
- ¡Tengo que estar cómoda!. Formal y discreta.
- Eso. Si. ¡Y guapa!
- Señor...


Y maldita la hora. Maldita la hora en la que mi profesionalidad se vio velada por mi coquetería. Y por el temor a mi madre por supuesto, que además me había invitado a comer a su casa antes de la boda y me iba a pasar el scanner...¡que pájara!

La boda era un sábado y ese fin de semana estaba completamente sola en casa. Era una oportunidad estupenda para preparar tranquilamente todo el material el viernes; comprobar las baterías, las tarjetas de memoria, los objetivos, el portatil... y por supuesto el modelito. Me sentía como los del Madrid cuando están de concentración. ¡Concentradisima!

Dejé todos los bártulos extendidos en mi salón a modo de metódico quirófano fotográfico, y satisfecha, entré en la ducha. Al salir, el espejo me devolvió el reflejo (vamos, lo normal).

Meses antes había tenido la matatrónica idea de que el rubio platino nos iba a quedar igual de bien a Debbie Harry y a mi. Que un estilo punk desenfadado era lo que necesitaba. Ya os digo a toro pasado y viendo fotos de aquella época, que no. El resultado fue más bien el de una grunge piojosa volviendo de clase de aerobic. Que el platino no es nada sufrido, que lleva mucho mimo detrás, que sólo hay que ver a Ilenya para darse cuenta que juega en otra liga a Debbie... 

El caso es que entre el pelo like Warhol, que no me había dado un rayo de sol en 10 meses y que tengo los ojos claros, parecía más que me fueran a hacer la autopsia a que fuera a convertirme en la estilosa fotógrafa que mi madre tenía en mente. Hubiera optado por un poquito de maquillaje y punto, pero si alguien ha pasado el mes de julio en Madrid, sabe que ponerte algo más abrigado que un vestido de tirantes es una analogía a pasar la tarde en la fosa de la desesperación. Y eso significaba maquillar el 85% de mi cuerpo. Y ni soy tan ducha en el body painting, ni LÓreal es tan asequible. - ¡Pues una basecita de crema bronceadora y listo!- pensé. Maldita pringada. Os juro por todo lo sagrado que ya lo había hecho antes con muy buenos resultados. 
Con mucho cuidado de no dejar ni un centímetro de piel libre de la delicada pátina, me encremé de la frente a los pies. Salí del baño bailoteando de felicidad por el trabajo bien hecho, y me cayó a plomo todo el cansancio del día. Así que, me puse unas braguitas ligeras, me enrollé entre las sábanas de mi cama, limpias y frescas, y me quedé dormida al instante.

A la mañana siguiente mi perrita Gómez, de 6 meses me despertó impaciente por su paseo. Me desperecé feliz, radiante de belleza y seguridad, preparé el vestido y los taconazos de piel (si, de piel de la güena) mientras disfrutaba de mi café, me vestí y salí por la puerta con Gómez. Me considero una chavala atractiva, no es un disparate que en alguna ocasión despierte el interés de algún transeúnte, pero lo de aquella mañana me tenía arrebolada ¡que manera de seducir!. Hasta la panadera no pudo apartar sus ojos de mi en todo lo que duró la conversación. 
Cuando entré tarareando por mi portal, el rabillo de mi ojo derecho detectó en el espejo... bueno, era de esperar que me detectase a mi... pero no. Retrocedí unos pasos centrándome en lo que había visto. ¡Y ahí estaba ella! ¡ella! que no yo. 

Creo que pasaron algunos minutos hasta que logré balbucear algo y mi cerebro volvió a recibir riego sanguíneo. Unos  enloquecidos ojos de un azul rabioso en contraste con la bronceadisima piel que los rodeaba, abiertos de par en par me devolvieron la mirada. Si hubiera pasado 6 meses de misión africana no hubiera conseguido aquel tono Donatella Versace. El cuero del culo de un ñu palidecía a mi lado. Lo mejor vino cuando bajé la mirada a mis brazos y piernas y vi que los pliegues de la sábana habían dibujado pincelando con crema bronceadora, una graciosa vidriera a lo largo de mi cuerpo. Una vidriera de 1,65m. Una vidriera que yo lucía a lo Walking Death. Parecía que me estaba derritiendo como la bruja de Oz.
Si hubiera sufrido alguna insuficiencia respiratoria o cardiaca habría caído fulminada en ese instante. Muerta en el portal, a su vuelta de la misión africana. Tan joven... tan rubia.

Entré en casa, me senté en el sillón, respiré y comencé a notar el ataque de pánico in crescendo. Me toqué el corazón. Yo es que en esos momentos, aunque esté sola, me pongo muy histriónica. Me las gozo en mi drama. 
- Carol, tú has estudiado Bellas Artes. Si alguien se pasa el día haciendo largos en aguarrás, exfoliandose con disolvente, inhalando acetona y metiendo los dedos en ácido nítrico, esa...¡esa eres tú! Si alguien puede arreglar esta CAGADA MONUMENTAL, eres tú. Empotré la cara en el cojín más cercano y berreé y berreé. Todo muy digno.
Entonces recordé una vez que había usado crema depilatoria y había pensado - Caramba, a parte de retirar el vello limpiamente, también retira la primera capa de melanina... me ha dejado las piernas para el anuncio de Neutrex futura- Ahora, una cosa era depilarse las piernas y otra perder las cejas a golpe de experimento... Tenía que depilar aquel 85% del que antes hablábamos... lo del body painting ahora me parecía una fiesta de los Lunnis.

Quitar el color, pero no el pelo... entonces tuve una epifanía ¡crema decolorante!. Pero claro, las veces que yo había visto esas cremas había sido para teñir incipientes bigotillos que sombrean los rostros adolescentes y femeninos (excepto el de aquel pobre chico de mi clase tan morenito, al que su madre se empeñaba en torturar. El de él no era incipiente. Ese bigote amarillo tenía DNI própio).

Miré a la farmacéutica fijamente (ella a mi más, claro) 

-Buenos días, necesito crema decolorante- silencio.
-Muy bien ¿señorita?- sonrisa tensa.

Como se las gozan en las trastiendas los dependientes de mi barrio, oiga. Me trajo un tarrito tamaño protector labial.

-Son 4,60€. Es una marca muy buena que no reseca nada y respeta el PH.- 

¿Qué PH ni que niño muerto? ¡Si tenía la piel, los ojos y el aspecto de Cocodrilo Dundee después de consumir LSD! ¿Como podía pensar esa señora que yo a esas alturas valoraba en algo mi epidermis?. Calculé que con esos miligramos de crema, necesitaría unos mil tarritos, lo que hacía que el tratamiento desmoreneante me saliera más caro que haberme ido a broncear de verdad a República Dominicana una semana en hotel con pulserita. Salí de la farmacia.

Mercadona, siempre apoyando a las chonis de pelo umbrío, tenía el producto que necesitaba: crema decolorante a botella de a litro. 2,25€. Chapeau. ¡Gracias Ylenias por hacer que la curva de demanda del producto sea un tobogán del Aquapark. Cuesta abajo y lubricado!

Me senté sobre la tapa del water, con el cuenco de crema en una mano y una brocha del 3 en la otra (si, de las que usaba para pintar cuadros), respiré repitiendo como mantra: "¡¡¡porfavorporfavorporfavor!!!". Si alguna vez habéis revelado fotografías analógicas, sabéis lo que significa "tira de pruebas", consiste en aplicar luz a un papel fotosensible e ir cubriendo progresivamente dicho papel con una cartulina, en rangos de por ejemplo 2 segundos. Cuando el papel entero está tapado, se revela, y con el resultado se elige el tiempo de luz que se ha necesitado para que la foto quede perfecta. Pues eso hice yo en mi brazo. Extendí un pegote de crema de la muñeca al codo, cogí el cronómetro de mi iphone y cada dos minutos retiraba una fracción de crema dejando ese trozo de piel limpio. Al acabar, me lave todo el brazo y contemplé los seis tonos de blanco, que iban desde el blanco Frozen al Donatella suave y escogí cuanto tiempo debía hacer efecto la crema para acabar con la piel de ñu.
Unas tres horas más tarde, después del tratamiento de belleza más freak y efervescente que probablemente tenga en lo que me queda de vida, terminé de aclarar los restos de crema que aún cubrían las partes más inaccesibles de mi anatomía (me refiero a los homóplatos. No seáis sádicos). Volví a mirar en el espejo: Elsa de Arendelle era una recolectora botsuana comparada conmigo. Mi piel refulgia. Si el día anterior había estado pálida, ahora el término era "translúcida". 

Cualquier persona en su sano juicio habría aprendido la lección. Se habría puesto unos vaqueros y una camisa decente, hubiera chindado a comer a casa de su madre fulminándola con la mirada de haberse atrevido esta a abrir la boca al ver que, por el color de su cara, su hija aparentemente había perdido al menos 3 de 5 los litros de sangre que hay en el cuerpo humano. Pero no fue así.

Bueno, ¡pues una belleza nórdica! (lo ideal a esas alturas hubiera sido no aspirar a ser una belleza de una mierda). Intenté sacarle todo el partido posible a mi albinismo por sorpresa. Un poco de colorete, pintalabios, un ahumado en los ojos...y ahí la cagué again. ¡Tenia unas pestañas postizas carísimas que quedaban genial! Me imaginé esos ojazos azules enmarcados en unas larguísimas y espesas pestañas negras y me puse a rebuscar frenéticamente en todos los cajones, ya que tenía media hora para terminar, recoger el material de fotografía (porque todo esto era por unas fotos en las que yo ni salía. Lo recordáis ¿no?) e ir a casa de mi madre.

Como en Alicia en el Pais de las Maravillas, en la cajita de las pestañas había dos botellitas de cristal: pegamento, y disolvente de pegamento. Miré de soslayo el hueco donde debería haber estado el disolvente, y me centré en untar el pegamento de modo que quedasen más pestañas en mi parpado que en mis yemas. Cuando había acabado de colocar la primera pestaña y parecía media reina del Glam, cogí el pegamentó y comencé de nuevo el proceso. En ese momento Gómez, harta de ser ignorada, brincó hacia mi con un gesto de amor desesperado (mi yo Glam la tenía cautivada) y la botellita voló. Fueron unos nanosegundos a cámara lenta eternos. Dicen que los perros huelen la adrenalina, así que para cuando yo me tiré al suelo, Gómez ya había desaparecido del cuarto de baño.

No tenía disolvente de pegamento. Era un hecho que ahora cobraba un significado relevante. La botellita de pegamento yacía despedazada en el suelo. Y yo era media reina del Glam.

- ¡MECAGÜENLAHOSTIAPUTALAMADREQUEPARIÓAPANETEJODERJODERJODER!

Por supuesto la cosa terminó conmigo arrodillada sobre las baldosas mojando las pestañas postizas en las gotitas de pegamento, preguntándome cuanto de grave sería una perforación de córnea por un cristal pegajoso con pelusillas.

Cuando terminé mi mirada acero azul, quedaban cinco minutos para tener que salir disparada. Corriendo por la casa en pantis, como en Armas de Mujer cuando pasa la aspiradora, pero sin ligas ni dignidad, fui recopilando todo el material de fotografía sin reparar en que Gómez movía la colita emocionada con algo en un rincón del sofá. 
Quisé llorar. Mucho. Me senté en la escalera de caracol con un zapato roido (de piel de la güena) en una mano y un cigarro en la otra con Surfer Girl de los Beach Boys atronando en mi cabeza.

Mi madre abrió la puerta sonriente. Me miró, bajo la mirada hasta las manoletinas que llevaba puestas que me hacían sentir los talones como si tuviera dos ratas rabiosas mordiéndomelos y preguntó: 

-¿Vas a ir así?



6 comentarios:

  1. La gente me mira en el metro preguntándose: "Qué hace el guiri este con un moño en la cabeza y llorando de risa con el móvil"
    Y yo sólo puedo agradecerte por haber convertido este en el viaje de metro más corto de la historia.

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    1. Que emoción!!!! El primer comentario de mi blog!!! :D
      Gracias Adriiii!

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  2. Jajaja! Es que te veo en cada situación, una mezcla entre dibujo animado y cruda realidad. Ya echaba de menos yo estas historias. Un besooo

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  3. Estoy ansioso por leer tus nuevas aventuras. Pequeños pedazos cotidianos de genialidad.

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  4. ¡maravilloso, oiga!
    recuérdeme que le cuente la increíble historia sobre una sesión de belleza la cual tuve la gran suerte de presenciar. Sin quererlo ni beberlo. Para el recuerdo eterno.
    No words

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¡Hola! Estoy encantada de leer tu comentario! Se publicará en cuanto lo reciba! :)