sábado, 6 de febrero de 2016

La inyección.




Madrid. Febrero 2008
Amor de Hombre. Mocedades.

No miento por norma general... no es una cosa así de diario... Aunque debo admitir tener unos escrúpulos laxos si la situación lo requiere. ¡Vamos, que no se me caen los anillos por una mentirijilla piadosa...!. En lo que se refiere al trato hacia mi, soy consecuente. Estoy encantada de que me sirvas una trola de aperitivo si esta va a evitarme un sufrimiento innecesario. Creo que la sinceridad a lo loco está sobrevalorada. 

Tengo el placer (y la tensión) de tener una hermana sin filtro. Es una de esas personas que te miran a los ojos y simplemente ahí está: su opinión. Mi hermana Gabriela probablemente es una de las personas más bondadosas que conozco, por eso cuando te dice rotunda "vaya puta mierda de sandalias, Carol " yo se que ella no pretende herirme, es una obviedad. Está ahí. Para ella todo el mundo puede ver con claridad lo puta mierda que son mis sandalias. Sin más. Es objetivo. Está a la vista. Ella sólo lo ha verbalizado. Que mejor que te lo diga alguien que te quiere antes que cualquiera de por ahí. Mi hermano Leo y yo recordamos situaciones en las que Gabi ha conseguido que se nos helase la sangre en las venas.

1998: Mi hermano entra en la cocina de mi casa palmeándose la espalda con su colega (que es muy amanerado y del que siempre hemos sospechado un enamoramiento, cuanto menos platónico hacia Leo. Es un tabú). El amigo de mi hermano se esfuerza en comportarse como un heterosexual estándar mientras se peina con los dedos el pelazo recientemente decolorado a platino y se ajusta una cinta de deporte rosa en la frente (¿cliché? llamadme loca....) fracasándo estrepitosamente. Charlan entusiasmados del culo de una maciza de clase. Gabi tiene 11 años y está merendando leche con galletas. Les escucha en silencio, se mete una galleta en la boca y perpleja, pregunta:
- ¿Pero tú no eres gay?
Mi hermano sufre una hemorragia nasal. Yo subo el libro que estoy leyendo a la altura de mi cara para que ningún rasgo quede a la vista. El amigo no gay de mi hermano ríe histerico mientras tartamudea incoherencias.

2002: Gabi tiene 15 años. La compañera de piso de mi amiga Irene es negra, adoptada y lesbiana. Dicho así, a parte de parecer politicamente incorrecto, parece que lo ha decidido ella, como hacerse gótica. Pero no. Lo cierto es que un matrimonio mayor de Alicante adoptó una niña negra, y con los años, ella se dio cuenta de que le gustaban las chicas. Asi de sencillito.
Gabi la mira sonriente y exclama:
- ¿Puedo preguntarte algo?
Varias narices inhalan con fuerza. Había tanto que preguntar ahí...
- ¿Cómo te alisas el pelo tan bien?
Exhalamos con la misma intensidad. Alivio. A mi hermana lo único que le parecía morboso allí era que una negra con pelo de blanca le enseñara cómo conseguir lo que la naturaleza le había negado a ella.

Si el tiempo no me ha enseñado la honestidad ciega de mi hermana, si me ha enseñado prudencia... No es lo mismo mentir a tu vecina -No tengo ni idea de donde se celebraba ese fiestón anoche, a mi también me tuvo toda la noche en vela. ¡que gente ¿verdad?, si es que no respetan...!- que mentir sobre tu peso al tío que te ajusta el arnés cuando vas a hacer puenting. No. No es lo mismo.

Una de las excepciones a valorar es: no mentir a tu médico. Nunca.


Me incorporé de la cama de un salto hiperventilando - ¡JODER! ¿Qué hora es?

Había empezado hacía un mes mi primer trabajo serio. Unas clases de arte para adolescentes. Daba clase de once de la mañana a una de la tarde en Mordor. Como no tenía coche, tenía que cogerme la ruta escolar a las ocho de la mañana, llegar al colegio y hacer ver lo ocupadisima que estaba durante las dos horas que faltaban para mi clase, para no dar tanta penica mientras pasaba un sueño infernal.

Me había dormido. Eso era un hecho irrefutable. Eran solo las 9.00 de la mañana, pero para cuando llegase en transporte público a Mordor, mi clase haría una hora que habría empezado. Además, me daba una vergüenza loca llamar a secretaria para decir que me había dormido habiendo empezado a trabajar hacia sólo un mes. Creo que mi madre ha faltado a trabajar 3 días en 34 años de servicio administrativo. El día de nuestros partos. Así que faltar a trabajar en mi familia es algo así como abandonar al soldado Ryan, una vergüenza nacional.

Y ahí escogí mal. Escogí mentir.

Llamé a Gabi, que sufría migrañas habituales para preguntarle por los síntomas comunes. Ella nunca había conseguido que su médico la tomará en serio, y siempre volvía cabreadisima esgrimiendo una receta de ibuprofeno. Me puse unas gafas de sol, me froté la cara para intentar hacer desaparecer las marcas de las sabanas, puse mi mejor cara de "¿por qué a mi, señor, por qué?" Y bajé al ambulatorio.
Desde adolescente cuando estoy en un chino siento que van pensar que estoy robando algo, cuando estoy en un examen creo que el profesor va a sospechar que llevo una chuleta y cuando voy al medico pienso que va tener la certeza de que miento. Nunca he sabido el origen de esas sensaciones, ahora sé que no eran sensaciones, era un premonición. Ahora me falta robar en un chino, porque lo del examen también lo he hecho.

Me derrumbé en la silla del despacho del Doctor Mingo, le miré con ojos entornados y vidriosos (no creo que nadie pueda provocar que sus ojos parezcan vidriosos) y enumeré rigurosamente los síntomas de una migraña estándar. Hay dos opciones para justificar la reacción del Doctor:

  1. Mingo era el jodido mejor medico de toda nuestra Seguridad Social. Lo suyo era vocación auténtica y se implicaba en cada caso como si fuera su madre la que estaba constipada.
  2. No me creyó.

Los años me han hecho ir decantándome por la segunda.

Me habló del origen razonable de mis migrañas, de posibles tratamientos ¿sabíais que en el Gregorio Marañon hay una unidad de curas de sueño para migrañosos? Yo tampoco. Y mi hermana a salto de Ibumigram... Y finalmente me extendió un papelito. Me dijo que bajara a la enfermería para que me administrasen lo que venía escrito, y que volviera a subir.

Me cagué. ¡¿Porque no me recetaba un Ibuprofeno y a casa?! Pues porque era el jodido mejor medico de toda nuestra Seguridad Social. Y porque no me creyó.

Desdoblé el papelito mientras bajaba y leí: Nolotil. Suspiré aliviada. Era un analgésico, nadie se había muerto por tomarse uno aunque no le hiciera falta.
Abrió la puerta de la enfermería una rubia inmensa con bigote y cara de aguantar muy pocas tontunas. Me hizo sentir empadronada en Liliput y bastante acojonada. Extendí con una mano el papelito y la otra con la palma hacia arriba para que me diera la pildorita. Cogió el papel, me miró inescrutable, palidecí y dijo:

- Apoyate en la camilla y bájate el pantalón.

¡¿Comorrrr?!, me dieron ganas de darme la vuelta y alejarme haciendo el moonwalker a la española. Pero incluso cuando estaba de moda Chiquito, me daba muchísima vergüenza ajena que los demás le imitaran, con que ni me planteaba hacerlo yo... Pero no era momento de huir. El plan debía seguir adelante. ¡Ni que Hannibal Smith hubiera depositado el graduado escolar de Mr.T en mis manos!

Nunca me han dado miedo las agujas, así que vigilando de reojo a la gorila y con mucho recato me desabroché el vaquero y lo baje unos centímetros. Me agarré a la camilla y sentí como la inyección se clavaba en la zona dorsoglútea (el culo) sin titubeos, y cómo una cascada de agujas caía hacia mis muslos ¡por dentro!¡JOSÉLAVIRGENMARIAYELNIÑOJESÚSMECAGOENLAHOSTIAPUTA!

- Eeesto... es normal que du-duela tannnto?
- Si. Es una inyección intramuscular. Duele.
- Efectivamente. Que bien habla usté.

Me arrastré cojeando, muerta de humillación al despachito del Doctor, dispuesta a gritar ¡milagro, estoy curada!, coger mi justificante médico saltando como una mona en celo por encima de su mesa y correr a mi casa a lamerme las heridas y ponerme hielo en el culo.

- Quiero que te quedes en observación en la sala de espera para ver si tienes alguna reacción adversa a la medicación.- Mierrrrrrda de profesional, puto matasanos del infierno, así te pudras macerado en Yodo.
- Por supuesto Doctor- sonrisa cándida con ojos verdaderamente vidriosos - lo que usted considere.

Dos horas y media y cien viejitas constipadas después (y yo con mis gafas de sol y actitud alicaida por si había cámaras y Mingo decidía ingresarme en el Marañón), volví a entrar en la consulta. Ya eran las cuatro de la tarde.  Tres horas después de lo que hubiera salido de trabajar si no me hubiera dormido.

¡Me encuentro divinamente, Doctor! ¡Da gusto encontrarse con profesionales como usted! ¡Que ya quisiera la Ruber tenerle en plantilla!. Y ahora sí no le importa, le pediría que me diera un justificante de esos tontos para un trabajillo de mileurista en que me maltratan, porque ya sabe uno como son los jefes ¡escépticos por naturaleza! ¡Como si yo prefiriese pasarme aquí la mañana que educando ángeles!

Algo debió salir mal con aquella inyección. Cojeé durante tres días. Me pasé los siguientes dos años con la zona dorsoglútea (el culo) dormida, y el Doctor me hizo volver al día siguiente para ver si estaba curada del todo. Y cómo trabajaba, tuve que levantarme a las seis y media de la mañana para llegar antes que la primera vieja a la consulta y que me extendiese el puto justificante.

Así que, ya sabéis niños... Antes se pilla a un mentiroso que a un cojo. O el mentiroso luego cojea... o se te duerme el pompis dos años, o te crece la nariz... O algo así...








1 comentario:

  1. Jajajaja Eres grande, este post es el guión perfecto de un monólogo para el club de la comedia, yo sé lo mandaría a Eva Hache, sería lo más...

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